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Road Trip para almas foodies por la Ruta del Vino Montilla-Moriles

Amigos, risas y una ruta con encanto para beberse el paisaje –de manera literal– es la ecuación perfecta para un road trip inolvidable por la Ruta del Vino Montilla-Moriles. Si estás sediento de aventura y buena energía, esta comarca tiene ese ‘noséqué’ que termina por enamorarte. Recorremos los pueblos de Moriles, Aguilar de la Frontera, Puente Genil y Monturque sin  prisas.

Autenticidad, luz, alegría… son parte esencial de la fórmula de cualquier aventura con amigos, y para ello, la comarca Montilla-Moriles, al sur de Córdoba, en el corazón de Andalucía, es perfecta, además de un destino foodie para saborear la vida sin prisas. La Ruta del Vino Montilla-Moriles nos había dado todas las coordenadas, una de las 35 Rutas del Vino de España que nos habíamos propuesto conocer, con pequeñas escapadas entre amigos, en los próximos meses.

 

Y claro, los vinazos de aquí y este cálido paisaje son otra de sus señas de identidad. Pueblos blancos donde desde cualquier calle y placita disfrutas de la vista de un escenario andaluz bajo un radiante cielo azul. ¿Te suena bien? Nos ponemos en ruta…

Desde la ventanilla de nuestro Land Rover naranja, rodeados por este manto de suaves lomas verdes de la Campiña Cordobesa, salpicadas aquí y allá por manchas rojas de amapolas y flores silvestres amarillas y moradas, los aromas que suben de la tierra te hacen sentir libre. Vamos todos bromeando a bordo de este 4×4 y es que este paisaje te  pone de buen humor.

Se perfilan la montañas de las Sierras Subbéticas a lo lejos y ya estamos deseando llegar a Moriles, una de las localidades donde nos alojaremos, de las cuatro que hemos elegido para este fin de semana: iremos de Moriles a Puente Genil, pasando por Aguilar de la Frontera y Monturque, aunque esta Ruta del Vino aúna hasta 17 de estos maravillosos pueblos.

Pero antes, este colorido espectáculo nos invita a detenernos. ¿La excusa? Ojear el mapa y disfrutar sin prisas del paisaje. Nada más detener el motor del vehículo, es como si hubieran elevado el volumen del sonido de la naturaleza. El canto de decenas de pájaros y el rumor de los insectos se vuelve la banda sonora. Además, el aire que respiramos ¡es limpio! Todo un termómetro de pura vida en la Campiña Cordobesa.

VIERNES, UN PUEBLO CON NOMBRE DE VINO

 

Entrar a Moriles es muy curioso. ¿Un pueblo con nombre de vino con poco más de 120 años de historia? Pero no te confundas, porque por este territorio han pasado numerosas civilizaciones. Sus fuentes y abrevaderos han dejado constancia de su huella, a través de objetos encontrados con cientos de años.

Estos hombres y mujeres de la antigüedad también surcaron estas tierras ricas, de albarizas blancas, compuestas de carbonato cálcico y sílice, que es el plancton marino del mar que cubrió la Campiña Cordobesa hace más de 30 millones de años. Hoy este suelo, concretamente la parte más alta de la comarca, Moriles Altos y la Sierra de Montilla, son la joya de la corona de estos vinos andaluces legendarios.

El pueblo de Moriles nació vinculado a la tierra, cuando el movimiento de independencia de los obreros de los 13 lagares –casas de viticultores algunas abiertas al enoturismo– que salpican el territorio desde el siglo XVI consiguió su objetivo: independizarse de Aguilar de la Frontera, y dejar de ser el Pago de Zapateros para ser Moriles.

El vino aquí lo vertebra todo, hasta los nombres de las habitaciones de nuestro coqueto alojamiento, una antigua casa reformada, la Casa Los Lagares, de cinco habitaciones en la que los cuadros –del pintor local Felipe Cejas– evocan paisajes y momentos alrededor del viñedo. Terraza, cocina, patio… es perfecta como base de operaciones para nuestra ruta.

Tardamos poco en dejar las maletas y sentirnos como en casa. Rafael –será el primero de los muchos Rafaeles entrañables de nuestro viaje– nos lo pone todo muy fácil y nos da las indicaciones para llegar, antes de nuestra cena, a conocer el Museo del Mosto Castillo de Moriles.

 

Este lugar es como una máquina del tiempo y encuentras objetos tan comunes para nuestros abuelos como un capacho o unas zapatillas de esparto para pisar la uva. Y aunque el Castillo de Moriles nació con el fin de recuperar recetas de antaño –postres gloriosos como el arrope y las gachas de mosto– hoy muestra de un vistazo maquinaria antigua y elementos del vino que comentas mientras pruebas ¡y compras| productos artesanales hechos aquí mismo a base de mosto: desde la rica mermelada de uva Pedro Ximénez –de la variedad reina de la comarca Montilla-Moriles– a los vinagres balsámicos.

COMER, BEBER, AMAR EN MORILES

Poco después de nuestra inmersión en el pasado, volvimos al presente y aparcamos en Bodegas Doblas Martos, ubicada en el mismo casco urbano de Moriles. Éramos felices. Veníamos dispuestos a lo que más nos gusta: comer bien y beber mejor, y todo iba sobre ruedas. Afortunadamente habíamos diseñado este road trip con  la Ruta del Vino Montilla-Moriles para hincarle bien el diente y dar alas a nuestras inquietas almas de foodies.

 

Estábamos a punto de zambullirnos de lleno en las joyas de un territorio que es un auténtico diamante “escondido”, nada masificado, al que se viene sin prisas. Así que con esta actitud de cero urgencias, el enólogo Sixto Sicilia nos mostraba, entre otras cosas, la pintoresca sala de tinajas sobre un entarimado de madera.

En algunas de estas tinajas, según nos contó, están desarrollando un programa de investigación para elaborar vinos espumosos ecológicos de uva Pedro Ximénez, y tras levantar una de estas tapas de madera para saludar al mítico velo de flor –la capa de levadura que se forma sobre la superficie del vino y que forma parte del proceso de crianza de los vinos de Montilla-Moriles– charlamos y tapeamos en una sala de catas con vistas a la sala de botas, probando todos sus vinos, desde lo ecológico, 13 Lagares, a lo tradicional: fino, amontillado, oloroso y vino dulce. Un picoteo, que haría las veces de cena fue el acompañamiento perfecto.

 

SÁBADO, RUMBO A LA VILLA ROMANA MÁS GRANDE DE ESPAÑA

Por la mañana desayunamos tranquilamente en la cocina del alojamiento. El pan tostado de panadería de pueblo, regado con AOVE cordobés y con tomate de la tierra, y esa mermelada de PX era solo una antesala de lo que nos esperaba este día. Pero ¡qué rico estaba todo! Pequeños placeres que comentábamos mientras ojeábamos en nuestros móviles los asombrosos mosaicos de la Villa Romana de Fuente Álamo, en Puente Genil (a 17 km de Moriles por la autovía del Olivar) y que íbamos a visitar esta mañana.

Siempre hay lugares que consiguen superar tus expectativas. Y este yacimiento romano –desde elsiglo I a.C–, el más grande de Andalucía, te invita a soñar.  Desde que entras en sus jardines envueltos en el perfume de plantas aromáticas, entablas un diálogo con aquellos romanos que vivieron allí. Sus 16 existentes mosaicos, bien conservados, hablan de sus costumbres, de su modo de vida y hasta de los chistes de la época –uno de estos masicos se considera el primer cómic de la historia, con diálogos que contienen incluso un puntito picante–.

 

¿COMER EN LA BODEGA DEL CONDE DRÁCULA?

 

 

 

Casi sin darnos cuenta, era la hora de tapear algo, y en esto las tabernas andaluzas son templos del buen hacer: salmorejos, flamenquines, gazpacho… los encontrarás prácticamente en cualquier sitio. Así que recorrimos el casco histórico con esa misión, la de tomarle el pulso al Puente Genil más ‘gastro’. Porque esta ciudad, una de las más pobladas del sur de Córdoba, se ha convertido en un epicentro gastronómico de primer orden en la comarca.

Paseando por el centro histórico, disfrutamos de ese estilo de vida andaluz relajado. Y junto al río Genil, afluente del Guadalquivir, que le da nombre, tomamos un aperitivo bajo el histórico edificio de La Alianza. Sus comienzos como fábrica de harinas en un principio y la producción de electricidad, años después, la convirtirán en 1889, en la segunda ciudad de España tras Barcelona en tener luz eléctrica. Después, quisimos poner el broche a nuestra jornada, saboreando una de las bodegas centenarias con más solera de la comarca, una preciosidad en manos de la misma familia desde 1874, Bodegas Delgado.

 

No solo es curioso que la misma familia siga al frente de esta bodega única o que mantengan la maravillosa tipografía vintage de su logotipo, o que el patio de entrada de la bodega y otras instalaciones se mantengan tal y como cuando se fundó la bodega. Lo más curioso de todo es que uno de sus deliciosos vermuts – rojo, como no podía ser de otra manera–, es un homenaje al primer Drácula (1931) sonoro de la historia de Hollywood, que interpretó el cordobés Carlos Villarías. ¡Cuántas risas nos echamos con esta historia y su vermut rojo! Los cientos de años de esta bodega no le han robado el sentido del humor.

Tampoco su belleza, porque tras aparcar nuestro Land Rover naranja en este magnético patio de entrada, en el que los aromas a vino y a madera te abrazan, conectas con la magia del patrimonio vitivinícola de esta tierra. La Sala de Catas acentúa esta sensación. Cubierta de carteles del mítico Festival de Cante Flamenco de Puente Genil –cuna de grandes maestros como Fosforito– y carteles de su pintoresca y única Semana Santa, parecíamos encontrarnos en el interior de un museo vintage del vino.

Y así en una cata desenfada con la encantadora guía de la bodega, Lala, Ortiz, pasamos de los vermuts a los finos, a los jóvenes, a los amontillados, olorosos y dulces Pedro Ximénez. ¡Y hasta su colección de vinagres probamos! acompañados de un delicioso jamón de la tierra, de la DO de los Pedroches, y otras tapas. ¿Se puede pedir más? Sí, porque el lugar pedía a gritos una guitarra flamenca y un cantaor –una experiencia que, por cierto, ofrece la bodega y que tendremos en cuenta para nuestra próxima visita–.

CAE LA TARDE SOBRE LA LAGUNA

De nuevo nos pusimos en marcha. Nos costaba abandonar cada uno de estos lugares pero después nos enamorábamos del siguiente. Estábamos a solo 20 km de nuestra próxima parada, la localidad vecina de Aguilar de la Frontera (unos 13.400 habitantes) cuna del Señorío de los Aguilar, pero también romana y musulmana, lugar de poetas, y uno de esos pueblos que terminan conquistándote para siempre.

Placitas encantadoras, antiguas casas señoriales y… a solo un paseo de este pueblo blanco, la laguna más bucólica que puedas imaginar. El lugar ideal para ver la puesta de sol cada día. También quisimos quedarnos a vivir aquí…

En realidad, queríamos pasar la tarde y ver la espectacular puesta de sol sobre la Laguna Zóñar, recorres sus senderos botánicos,   que huelen a romero y a tomillo, saborear este silencio lleno de sonidos de aves y verlas hacer piruetas sobre la laguna. ¿Y por qué no? Disfrutar de una siesta a la sombra de algunos de estos árboles junto a los que crecen ramilletes de santolinas amarillas.

La de Zóñar es la más grande de las lagunas del Sur de Córdoba, 16 metros de profundidad, 1.160 metros de punta a punta, 300 metros de anchura. Y el escenario perfecto para ver las aves bailar haciendo figuras sobre la laguna al atardecer. Aquí hay agua y mucha vida. Y aunque viven alrededor de ella numerosas especies, las protagonistas son las aves acuáticas: somormujo, cormorán grande, garza real, ánade real, calamón, focha común, malvasía, zampullines, patos cuchara y porrones europeos… Y hasta un grupo de gaviotas parecían divertirse por aquí el día que la visitamos.

 

PEDRO XIMÉNEZ Y CHOCOLATES, EL SUEÑO DE BACO

Los días son tan largos y el ritmo tan deliciosamente pausado en este rincón del mundo, que después de una puesta de sol fascinante, estábamos listos para adentrarnos, de nuevo sin prisas, en el exclusivo y artesanal universo de las Bodegas Toro Albalá, en el casco urbano de Aguilar de la Frontera –a poco menos de 10 minutos de la laguna–, una bodega familiar centenaria que es en sí misma un museo vivo, gracias al afán de la familia de coleccionarlo absolutamente de todo.

 

Esta bodega, que puede presumir de vinos que son joyas artesanales, está considerada una de las 100 Bodegas de Oro españolas, y se cuida la calidad hasta en el más mínimo detalle: las etiquetas de sus botellas están elaboradas en madera y escritas a mano, los lacrados se hacen botella a botella… Y esto es solo su aspecto exterior. El interior va aún más allá. No en vano forman parte de la Asociación Española del Lujo Luxury Spain, que trabaja, entre otros asuntos por promover el turismo de alta gama en Estados Unidos.

LA PLAZA OCTOGONAL MÁS BONITA DEL MUNDO

 

Más tarde, damos un paseo por el centro de Aguilar para conocer su famosa plaza octogonal. La plaza de San José, una plaza mayor de estilo neoclásico que fue declarada Conjunto Histórico- Artístico a mediados de los años 70 y terminada en 1810, atribuida a Juan Vicente Gutiérrez de Salamanca. Toda una maravilla.

Este era el lugar favorito del poeta cordobés y universal Vicente Núñez. Aquí pasaba largas horas, copa de vino en mano, sumido en la contemplación del cielo a través de un arco, un lugar que le inspiró su obra Ocaso en Poley, y al que recuerda una placa conmemorativa y una magnética escultura. Vicente sigue aquí.

Y después de tomarnos algunas fotos con él, y brindar por su pueblo, seguimos paseando a pie. La temperatura empieza a refrescar, los pájaros se preparan trinando para irse a dormir, y caminamos disfrutando del paseo y la perspectiva de la gran torre barroca del Reloj, para terminar adentrándonos en el universo de una de estas casas solariegas que pueblan Aguilar y que contienen el espíritu de la Campiña Cordobesa adentro.

UNA CASA PALACIO SECRETA ABIERTA AL PÚBLICO

La Casa Palacio Las Columnas (desde el  siglo XV) es una joya. Cuando se abren para ti las enormes puertas de esta casa palacio uno no espera un interior tan fastuoso. Cúpulas, capilla, salón de baile, objetos de colección, patios con fuentes cantarinas… Por aquí, según nos cuentan, han pasado figuras de tanta solera, como los vinos de su bodeguita, entre ellos Lola Flores, la Faraona, puesto que esta casa palacio, en manos de la misma familia desde el siglo XV hasta hoy, perteneció a la esposa del famoso dermatólogo Antonio Peña (la dueña era Teresa). Y es su marido, Antonio, quien introduce los primeros aerosoles en España y de ahí, que termine cuidando la voz –y siendo amigo personal– de las principales artistas de la época: Lola Flores, Norma Duval, entre otras. Y claro, venían a verlo a su casa.

Divertidos con todas estas historias que cuenta la casa, no nos habíamos dado cuenta que ya era de noche afuera y habíamos reservado para cenar en la vecina Moriles, en un mesón legendario, Los Faroles, donde se sirven, entre otras delicias, los Superflamenquines cordobeses más grandes que jamás hayas conocido –y más ricos–.

Pero también una carrillada ibérica cocinada con vino dulce Pedro Ximénez, como nos explicaba José, su actual propietario, y un solomillo con una crema de PX y cebolla caramelizada súper jugoso. En el patio, y alrededor de una barbacoa de carbón de encina vegetal, que huele a las mil maravillas, todas las mesas están llenas, familias enteras y amigos disfrutando de una noche cálida y de este rincón genuino en el que podríamos cenar cada noche.

 

UN DOMINGO EN LAS CISTERNAS ROMANAS

La mañana del domingo amanece soleada, cómo no en esta tierra, y con un cielo azul radiante que parece sacado de una pintura modernista. Te asomas al balcón de tu habitación y los gozas. Sumado al naranja de nuestro Land Rover, del color de los vinos oxidados de esta tierra, la combinación es perfecta para poner rumbo feliz hacia la bella Monturque (un pueblecito blanco de poco menos de 2.000 habitantes).

Aquí casi todos los pueblos se encuentran enclavados en pequeñas colinas, presididas por un castillo o lo que queda de él. Los restos romanos, árabes y medievales son una constante. Decenas de civilizaciones han dejado aquí su huella. Pero si hay un denominador común que te acompaña siempre durante el trayecto son sus viñedos. En cada tramo hay cientos de fotos.

Mientras nos acercamos desde Moriles a Monturque la carretera es un abrazo continuo de viñas de verde intenso y antiguos lagares y olivares. Y al llegar a Monturque, el camino es todo una cuesta hacia arriba, hasta alcanzar la Parroquia de San Mateo (siglo XV) junto a la que se encuentra uno de los cementerios más bellos de Europa, el de San Rafael. Bajo este, las Cisternas Romanas (s.I a.C) más grandes de la península, te esperan, otro de los tesoros “escondidos” y romanos más importantes de España.

 

Desde aquí, un mirador, el de los Paseíllos, ofrece de nuevo vistas de la toda la Campiña Cordobesa, antes de adentrarnos en un laberinto de galerías, las Cisternas, que tienen capacidad para recoger 850.000 litros de agua de lluvia y de manantiales en sus 300 metros cuadrados, una obra de ingeniería que se encontró por casualidad, según nos cuenta la guía, cuando en el año 1885 una epidemia de cólera obligó a construir en el cementerio una fosa común. Desde el hoy cementerio, antiguo Foro romano –qué paradoja– se recogía y almacenaba el agua que se usaba después para abastecer unas termas públicas ubicadas en el exterior, que también se usaban para socializar durante el imperio.

MORILES ALTOS O EL LUJO DE UNOS VINOS ÚNICOS

Podríamos haber pasado todo el día aquí, toda una vida, socializando, como los romanos. Podríamos haber sido uno de ellos. Pero nuestro último destino nos esperaba con los brazos abiertos y ¡ah! ¡con una copa de vino de Moriles!, para despedir la ruta como bien merece, en el corazón de Moriles Altos (a 425 msnm), rodeados de viñas verdes que parecían saludarnos cuando aparcamos nuestro Land Rover en las entrañables Bodegas El Monte, cuna de algunos de los mejores vinos de la zona.

 

La bodega está enclavada frente al lagar del siglo XVI que le dio nombre y rodeada de aquellos lagares que dieron origen al Pago de Zapateros, en Moriles Altos, un paisaje con una vista de 360º de la Campiña, con Montilla al fondo y su Sierra (625msnm) como flotando en el horizonte; con las Sierras Subbéticas y la Tiñosa (el punto más alto de la provincia, 1725 m) al fondo, el Santuario de Araceli, de Lucena, los castillos y hasta el mar… a unos 80 km.

NO ES UNA DESPEDIDA, ES UN BRINDIS, “UN HASTA PRONTO”

Nos despedíamos así de este paisaje, sellando nuestro amor incondicional por estas tierras, con estas vistas, en un pequeño mirador sobre albarizas y brindando con un vino floral, Monteverde, que nos ofrece Antonio López, hoy gerente y el hijo del patriarca de esta bodega, con un vino “para los buenos momentos”.

 

Él mismo y este vino representan todo lo nuevo que brilla en esta comarca, además de meternos después de lleno en una interesante colección de grandes vinos tradicionales y otros más actuales, como su Ximenium Cuatro Generaciones, que triunfa allá donde vaya, y que disfrutamos entre cachones de botas acompañado de un picoteo delicioso.

Y así, sintiéndonos como en casa, no dudamos en llevarnos unas cuantas de botellas de nuestros vinos favoritos para poder recrear, de vuelta a casa, el paisaje de la Campiña Cordobesa, en cada copa. Eso sí, nada de despedidas. Diciendo a todos un “¡hasta pronto!”, porque habíamos tomado ya buena nota de todo lo que nos faltaba por ver en nuestra próxima escapada a la Ruta del Vino de esta comarca magnética, Montilla-Moriles.

Aquí puedes ver el spot publicitario de este road trip: Vídeo