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Road Trip en autocaravana por la Ruta del Vino Montilla-Moriles: una aventura familiar de fin de semana

Recorremos la Ruta del Vino Montilla-Moriles en autocaravana de viernes a domingo. El paisaje ondulado de la Campiña Sur cordobesa, salpicado de viñedos y olivares, es ideal para disfrutar en familia de una escapada que combina naturaleza, patrimonio, gastronomía y enoturismo. Nuestro itinerario incluye los pueblos de Montemayor, Montalbán y Montilla, perfectos para un fin de semana de enoturismo familiar.

 

Una auténtica aventura en familia necesita emoción compartida, desconexión de la rutina y conexión con la cultura local. Si además añadimos paisajes que invitan a detenerse, una gastronomía exquisita protagonizada por los vinos de Montilla-Moriles y el trato cercano de los vecinos, el resultado es un viaje inolvidable.

La autocaravana nos brinda libertad para explorar cómodamente esta región situada en el corazón de Andalucía, a solo media hora de Córdoba, hora y media de Sevilla y poco más de una hora de Málaga. Su ubicación estratégica nos permite descubrir sin prisas tres joyas de la Ruta del Vino Montilla-Moriles.

VIERNES: MONTEMAYOR, UN PUEBLO CON ALTURA

 

Avanzamos hacia nuestro primer destino mientras charlamos sobre los pormenores del día a día cuando surge ante nosotros el perfil medieval de Montemayor, coronado por el Castillo de los Duques de Frías. Situado a 413 metros sobre el nivel del mar, esta fortaleza domina desde lo más alto la campiña un horizonte de viñedos y olivares. Su imponente presencia y buen estado de conservación nos hacen sentir que la aventura ha comenzado oficialmente.

Elegimos el Área de Autocaravanas de la Fuente del Lavadero para pasar la noche. Esta histórica fuente sirvió como abrevadero y, más tarde, como lavadero público, convirtiéndose en punto de encuentro local. La zona ofrece espacios sombreados y equipados con merenderos, agua potable y zona para mascotas, además de contar con restaurantes y supermercados cercanos. Un lugar cómodo y gratuito para descansar tras la primera etapa de nuestro viaje.

Una vez instalada la autocaravana, nos dirigimos al casco antiguo de Montemayor, donde aún se percibe la huella de las civilizaciones pasadas. Aquí conviven la herencia islámica y la cristiana, visibles en muros encalados, arcos de herradura, pequeñas plazas y elegantes casonas señoriales. Entre estos edificios destaca especialmente el Castillo de los Duques de Frías, auténtico emblema patrimonial del pueblo.

 

Visitamos el Museo Ulia, que alberga tesoros arqueológicos como el Carro Íbero de Montemayor (siglo IV a.C.), reconocido por National Geographic en 2018 como uno de los mejores hallazgos arqueológicos mundiales del año. La colección del museo abarca piezas desde el Paleolítico hasta vestigios que evidencian el papel clave que tuvo Ulia (nombre antiguo de Montemayor) en la Guerra Civil Romana, cuyos habitantes se mantuvieron fieles a Julio César frente al asedio pompeyano. Este apoyo les valió importantes privilegios políticos y fiscales, impulsando un notable desarrollo económico y social.

 

De regreso a la calle, nos cuesta imaginar que este apacible pueblo fuera un punto caliente de la geopolítica continental hace más de dos mil años. Nuestros pasos nos conducen de manera instintiva hasta el Castillo de Montemayor, quizás el ejemplo mejor conservado de arquitectura militar de la provincia durante el medievo. Aunque su interior no se puede visitar porque la fortaleza es de titularidad privada, recorremos el perímetro para admirar sus tres torres principales: la Torre Mocha, la del Homenaje y la de las Palomas, que delimitan el antiguo patio de armas.

 

Justo debajo del castillo está al Mirador de la Campiña de Montemayor (que tiene, como pronto descubriremos, un pariente cercano a pocos kilómetros de aquí). Desde esta posición privilegiada contemplamos casi la totalidad de la Ruta del Vino Montilla-Moriles. Al sur, divisamos Montilla, Aguilar, Puente Genil e incluso Lucena; al oeste, La Rambla, Montalbán y Santaella. La tarde comienza a declinar y el sol pinta de tonos ocres la campiña. La altitud se hace notar en la brisa fresca que nos recuerda que ya es hora de continuar hacia nuestro próximo destino: una parada esencial para cualquier viajero que recorra la Ruta del Vino Montilla-Moriles.

 

La bodega del pueblo

A poco más de un kilómetro de la Fuente del Lavadero encontramos Bodegas San Acacio, fundada en 1962 por viticultores locales con el fin de preservar la calidad de la uva durante la vendimia, cuando el trayecto hasta Montilla aún era largo y la merma demasiado costosa. Hoy, esta cooperativa representa a más de 800 socios, casi el 20% de la población local, siendo un referente económico y social clave en Montemayor.

 

Nada más llegar, nuestra guía nos recibe amablemente y nos acompaña hasta las prensas y lagares tradicionales del siglo XIX. Las niñas escuchan atentas la explicación sobre cómo, desde hace muchos años, estas máquinas han transformado los racimos en mosto. Continuamos hacia las enormes tinajas de cemento, guardianas silenciosas del vino, cuya estructura ayuda a preservar aromas y matices del terruño. Disfrutamos de la penumbra fresca y la tranquilidad absoluta de la bodega, donde los toneles de roble aportan al vino su carácter único gracias al sistema de soleras y criaderas.

Finalizamos en el Museo del PX, dedicado íntegramente al Pedro Ximénez desde su cosecha hasta la copa final. Y es que Bodegas San Acacio presume de elaborar uno de los vinos Pedro Ximénez más prestigiosos de la zona y de tener la pasera más grande del mundo.

 

Antes de volver a la autocaravana hacemos una parada en la tienda de Bodegas San Acacio, escogiendo aceite de oliva virgen extra, chacinas, quesos locales y pan de pueblo para la cena de hoy –y, seguramente de mañana—; los adultos añadimos una botella de Pedro Ximénez, el toque dulce perfecto para culminar una jornada perfecta. De vuelta en la autocaravana, la noche se llena de risas, aromas y sonidos de naturaleza bajo la embaucadora imagen de un Montemayor iluminado. Así de felices e inspirados concluimos el primer día de nuestra aventura en autocaravana.

 

SÁBADO DE PEDALES, SACRISTÍAS Y COPAS DE PEDRO XIMÉNEZ

El sábado nos despierta con cantos de pájaros, luz suave y la promesa de otra intensa jornada de enoturismo y gastronomía. Arrancamos la autocaravana, cubierta aún por diminutas gotas de rocío, y tomamos rumbo a Montalbán de Córdoba. Avanzamos flanqueados de viñedos y olivares que se adaptan a la hipnótica ondulación de los campos. En apenas veinte minutos llegamos a Montalbán, situado sobre una pequeña elevación que domina la Campiña Sur cordobesa.

En torno al pueblo, los olivares y viñedos conviven con campos dedicados al cultivo del ajo, producto emblemático que ha convertido a Montalbán en una referencia a nivel nacional. Aprovechando que, por lo general, los caminos de tierra de la localidad son llanos y accesibles, decidimos sacar las bicicletas al llegar al Mirador de la Campiña, que dispone de un espacio amplio para el estacionamiento, algo que nos tranquiliza muchísimo.

Nos apetece un poco de ejercicio, así que nos ponemos los cascos y pedaleamos hacia la Fuente del Pilar de la Huerta de Dios, disfrutando del aire fresco de la mañana. Mientras recorremos las calles, admiramos las casas encaladas, al más puro estilo andaluz, con sus pequeñas ventanas protegidas por rejas de hierro.

 

Llegamos a la Fuente del Pilar de la Huerta de Dios tras superar —entre risas— un importante desnivel que pone a prueba los frenos de nuestras bicicletas. El pueblo cede protagonismo a la naturaleza, ofreciéndonos un entorno ideal para respirar aire fresco, escuchar el canto de las aves y relajarnos con el leve murmullo del agua que fluye tímida, pero constantemente, a través de los grifos de esta fuente histórica. Este lugar es un punto de encuentro esencial para los vecinos, especialmente durante la Romería de San Isidro Labrador, patrón de los agricultores, que se celebra cada 15 de mayo.

 

Aprovechamos para tomar algunas fotografías y descubrimos que desde aquí parte la Ruta de la Campiña Montalbeña, experiencia que anotamos para la próxima visita. Regresamos al pueblo y, tras superar con esfuerzo la cuesta (algunos empujando sus bicicletas, aunque prometimos no señalar a nadie), nos encontramos con la Cruz de San Antonio en el Paseo del Oeste, otro mirador perfecto para contemplar el paisaje agrícola que rodea Montalbán.

 

Antes de guardar las bicicletas, hacemos una última parada en el Mirador de la Campiña (sí, el de Montalbán), donde aprovechamos para tomarnos un selfie familiar con una impresionante panorámica de campos de cultivo como telón de fondo. Este mismo mirador acoge cada mes de marzo uno de los eventos enoturísticos más importantes de la Ruta del Vino Montilla-Moriles, una feria que reúne a bodegas, lagares, sumilleres y amantes del vino y la gastronomía, combinando profesionalidad y ambiente festivo en tres días de tributo a los vinos de tinaja y la gastronomía made in Montila-Moriles.

Desde nuestra llegada a Montalbán, la Iglesia del Calvario ha captado nuestra atención. Nos acercamos atraídos por su luminoso patio exterior cercado por verjas de hierro, donde flores y palmeras aportan alegría y frescura al entorno. Mientras las niñas exploran el colorido jardín, nosotros admiramos la belleza neoclásica del templo.

 

En el interior descubrimos una planta de cruz griega coronada por una preciosa cúpula. Una linterna superior llena de luz natural el presbiterio, creando una acogedora atmósfera interior. El retablo mayor alberga la venerada imagen de Nuestro Padre Jesús del Calvario. Y es que este templo es sede de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús del Calvario desde 1776 y, por tanto, centro neurálgico de la vida cofrade local.

 

 

Bodegas del Pino: bastión espiritual del terroir

Quienes practicamos enoturismo en familia disfrutamos al descubrir cómo la historia y la cultura de cada lugar se refleja en matices muy concretos de sus vinos, incluso dentro de una misma Denominación de Origen y con apenas veinte minutos de distancia entre localidades. Con esta motivación decidimos visitar Bodegas del Pino, famosa por su amplia pasera y su excepcional Pedro Ximénez.

Fundada en 1935 por Manuel del Pino Cañete, la bodega conserva su viña original y sigue aprovechando el singular terroir calcáreo descubierto hace casi un siglo. Estefanía, enóloga que hará las veces de guía, destaca cómo esta empresa familiar se ha consolidado hasta convertirse en una de las bodegas más importantes en la elaboración del vino dulce Pedro Ximénez en Montilla-Moriles.

El hambre aprieta tras el paseo en bici y la visita. Las niñas empiezan a inquietarse. Pero no hay problema porque tenemos muy claro dónde vamos a comer. Y es que, entre otros motivos, elegimos Montalbán por su famosa oferta gastronómica basada en productos de cercanía. El mejor ejemplo lo encontramos en Casa Leo.

Leo nos da la bienvenida. Representa la segunda generación de este restaurante fundado hace 40 años por sus padres: Leoncio y Petra. Hoy, los hijos de este matrimonio de emprendedores han tomado el relevo. María Dolores en cocina, Bartolomé y Francisco en barra, y Leo al frente de la sala, desplegando su simpatía e inigualable carisma. La comida, excelente; la atención, inmejorable. Una parada que supera todas nuestras expectativas.

Casa Leo: gastronomía artesanal servida con arte

En Casa Leo buscamos una buena carta de vinos Montilla-Moriles, y no decepciona. Tras unas copas, comienza el festival gastronómico. Elegimos platos emblemáticos como las Papas Petronas —patatas panaderas con alioli casero, gambas y pimentón— y el solomillo al ajo negro, que confirma la merecida fama de este producto local. El rabo de toro es sencillamente excepcional, y la ensaladilla, con un toque de Oloroso, sorprende gratamente. Las niñas disfrutan con un flamenquín cordobés preparado en el día, que mantiene su frescura porque tal y como explica Leo, “aquí el flamenquín no es congelado porque no sabe igual de bien”.

 

La carta de postres está a la altura: la torrija de donnut con helado de gachas es un deliciosa invención que demuestra el potencial creativo de la cocinera de Casa Leo. Satisfechos y felices por haber acertado de pleno con el restaurante, regresamos a la autocaravana para una siesta merecida que nos permita reponer fuerzas antes de continuar nuestra aventura.

 

 

ATARDECER EN MONTILLA: VINE VINO VINCI

La siguiente parada es Montilla, la ciudad del vino. Durante el trayecto de veinte minutos, disfrutamos de una vista majestuosa: Montilla se alza en la llanura con las Sierras Subbéticas como telón de fondo. Desde lejos, el Castillo-Alhorí sorprende con su aspecto de granero, algo alejado de la típica imagen medieval. Esa impresión tiene explicación histórica: el castillo original fue demolido por orden de Fernando el Católico para frenar la creciente influencia de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, quien se había hecho muy famoso por sus épicas victorias en las Guerras Italianas. El castillo original fue demolido y en 1723 se construyó este granero en lo que fuera el patio de armas. Acontecimientos como este son una demostración de la importancia histórica de los pueblos –y de las gentes— de la actual Campiña Sur durante la Antigüedad y la Edad Media. Se dice que la decisiva batalla de Munda, entre Julio César y los hijos de Pompeyo, tuvo lugar en los Llanos de Vanda, muy cerca de Montilla. “En Farsalia luché por la victoria; en Munda, luché por mi vida”, dijo César. Poco después sería nombrado dictador perpetuo de Roma, marcando el camino hacia el Imperio. ¿Qué habría pasado si los pompeyanos hubiesen ganado? Con esta reflexión en mente, llegamos a Montilla, ciudad clave de la Ruta del Vino Montilla-Moriles, que destaca por sus vinos, reflejo líquido de su historia, su cultura y su patrimonio. Montilla se alza a 371 metros de altitud y dispone de infraestructuras diseñadas para el turismo en autocaravana. Nos instalamos en el Área de El Coto, un espacio tranquilo junto al Paseo de Cervantes, con vistas a la sierra y al casco histórico. A cinco minutos a pie encontramos supermercados y restaurantes; a diez, llegamos al caso antiguo.

 

La primera visita nos lleva al Castillo-Alhorí, sede de la oficina de turismo. Desde su patio de armas contemplamos la campiña e identificamos los pueblos que ya hemos visitado: Montemayor al norte y Montalbán al oeste. En su interior, la exposición del Gran Capitán nos conduce por la vida de Gonzalo Fernández de Córdoba: desde su infancia en Montilla hasta sus gestas en las campañas de Granada e Italia. Las vitrinas exhiben armas, planos y documentos originales. Hay una sala dedicada al Virreinato de Nápoles que revela cómo forjó los Tercios Españoles. La réplica de la espada de Ceriñola simboliza el legado de un estratega inmortal.

Desde allí nos dirigimos a la Casa de las Aguas, sede del Museo Garnelo, un elegante edificio del siglo XIX que alberga una valiosa colección del pintor José Garnelo. En la Sala 2 nos detiene un retrato sobrio de su madre, muestra evidente de su maestría.

Regresamos por estrechas callejuelas a la Plaza de la Rosa. En el camino pasamos junto a la que, según la tradición, fue la casa de las Camachas, hechiceras montillanas que Cervantes retrató en El coloquio de los perros. La fachada encalada y misteriosa despierta la imaginación de las niñas, aunque la casa no es visitable –y, menos mal, porque la verdad que el edificio transmite una energía muy rara—. Seguimos caminando hasta que llegamos a la plaza, donde admiramos el edificio de La Tercia, de estilo historicista, coronado por un torreón que domina el entorno.

En la Casa del Inca Garcilaso nos dejamos llevar por la ambientación de sus patios y estancias. Fue el hogar del célebre autor de origen peruano entre 1561 y 1591. De regreso al área de El Coto, pasamos bajo el Arco de Santa Clara, antiguo postigo que conecta con el Llano del Palacio y conduce al Convento de Santa Clara, joya gótico-mudéjar del siglo XVI. Frente a nosotros, se alza la portada plateresca del Palacio de los Duques de Medinaceli. El ambiente en la plaza es sereno y lleno de historia. Volvemos a la autocaravana, cenamos tranquilos y brindamos con nuestros vinos de Montilla-Moriles.

DOMINGO DE MARES EMERGIDOS, ARROPE Y ROCK AND ROLL

El tañido de un campanario lejano nos despierta. Tal vez sean las campanas de la Parroquia de Santiago, que descuella sobre el perfil del casco histórico. Hoy desayunamos fuera, así que abandonamos el área de autocaravanas y nos dirigimos a la Sierra de Montilla, Zona de Calidad Superior de la D.O. Montilla-Moriles.

Aquí, el paisaje se vuelve un poco más agreste: bancales de vid se alternan con olivos y encinas. Lagares encalados emergen y desaparecen a nuestro paso hasta que las niñas señalan una enorme roca que parece sobresalir del suelo o, por su extraña forma y color, proceder de otro planeta –parece un meteorito, dice la pequeña—: Es Piedra Luenga. Una mole de roca que emerge, aislada, en un paraje de la Sierra de la Montilla. Compuesta de dolomías, calizas y areniscas rojas de origen triásico, su perfil semeja un gigantesco colmillo de piedra desgarrando las sinuosas líneas del horizonte. Aprovechamos para explicar a nuestras hijas que no se trata del meteorito que extinguió a los diplodocus. Aunque este increíble accidente geográfico se originó hace 220 millones de años (durante el Triásico), cuando los dinosaurios ya habitaban la tierra. Conocer estos datos es muy importante –también— para el enoturista, pues los suelos margosos de esta zona son de origen cretácico –la última etapa de la era mesozoica, cuando esta región permanecía sumergida bajo el mar tropical de Tetis—; es decir, suelos originados por la acumulación de sedimentos marinos (como conchas, corales, plancton) que aportan la mineralidad y el frescor que caracteriza a estos vinos.

Llegamos al Lagar Los Raigones, uno de los referentes de la Ruta del Vino Montilla-Moriles, fundado en 1803 y conservado por la familia Jiménez Panadero desde hace décadas. La arquitectura tradicional, con su prensa de viga y torre de contrapeso, señala la antigüedad de la construcción. Nos recibe Ángela Jiménez, apasionada guía que pertenece a la cuarta generación de la familia. Es, además, la autora del libro Más de 100 vendimias, donde reconstruye la historia del lagar.

 

El desayuno molinero que disfrutamos es un festín que reúne todos los sabores del territorio: AOVE Aviary y Los Raigones, pan de horno, embutidos, zumo de naranja con canela, café… Ángela nos enseña a entender el AOVE, a interpretar texturas y densidades. Probamos el arrope de uva PX, denso y dulce, acompañado de una rodaja naranja. Un sabor que nos retrotrae al pasado. Un desayuno diferente. Un desayuno que alimenta cuerpo y alma.

 

 

A continuación, Ángela nos conduce a la viña para explicarnos “Somos Semilla”, un proyecto de recuperación del hábitat de aves del matorral mediterráneo como currucas, alcaudones y petirrojos. Han creado corredores verdes en la Sierra de Montilla para proteger estas especies con reforestaciones de coscojas, lentiscos y tarays

En el lagar se han habilitado puntos de observación y de marcaje, y también se imparten talleres de anillamiento con ornitólogos. Las niñas se emocionan ante la posibilidad de participar en uno. Así que volveremos. Antes de marcharnos, visitamos la tienda del lagar y nos llevamos aceite y un par de botellas de vino de tinaja.

Ahora sí, ponemos rumbo a Bodega Rockera Cabriñana por caminos serpenteantes entre lomas y viñedos. Allí nos recibe José, un anfitrión entusiasta. Con él, el enoturismo adquiere un nuevo ritmo: Cabriñana suena a rock, a buena música y a cultura vitivinícola sin complejos ni ataduras.

Descubrimos el Patio de los Sueños de la Bodega Rockera Cabriñana, donde antiguos aperos de labranza nos conectan con la tradición del vino en la Sierra de Montilla. Desde fuera, el lagar respira historia; por dentro, sorprende. Las botas de roble son autógrafos firmados por artistas del panorama musical español. La bodega ha abrazado el rock&roll como seña de identidad, y su festival Mostorock celebra cada año la llegada de los nuevos vinos entre guitarras, versos y brindis.

 

Cruzamos una puerta y nos encontramos con el escenario: nuestras hijas no disimulan, ni se resisten, a subirse sin pensarlo. Y nosotros tampoco. Por un momento nos creemos una legendaria banda familiar, una versión de The Jackson Five a la española; aunque lo único que producimos es un sonido horrible que el bueno de José intenta ignorar mostrándonos su mejor sonrisa. Después de hacernos una foto para el recuerdo, nuestro anfitrión nos propone un aperitivo que es la excusa perfecta para probar el vermú de la casa. Aquí el vino tiene nombre de música: Fino Pop, Amontillado Soul, Oloroso Blues… Cada vino marida con un estilo musical y forma parte de una propuesta que trasciende lo sensorial. ¡Hasta los Bag in Box de Bodega Rockera Cabriñana se han diseñado para que parezcan amplificadores! José nos habla sobre la experiencia “Enhebrarte”, espectáculo músico-poético que vincula vino y arte. Ya tenemos otra excusa para volver.

 

 

Al paso. Al trote. Al brindis

Cerramos nuestra ruta en Bodegas Alvear, decana de Montilla-Moriles y emblema del vino andaluz. Fundada en 1729, sigue gestionada por la familia Alvear, que ha sabido preservar el legado vitivinícola durante ocho generaciones. Alvear fue pionera en abrir sus puertas al enoturismo, y hoy continúa marcando el ritmo con experiencias que son un viaje al corazón de la Ruta del Vino Montilla-Moriles, entre tinajas y toneles.

Nada más cruzar el umbral, nos sorprende un espectáculo inesperado: una exhibición de arte ecuestre de la mano de Entre Toros y Caballos. Una joven amazona goyesca, ataviada a la rondeña, se yergue, altiva, sobre una yegua blanca, ejecutando figuras de doma al ritmo de coplas andaluzas, con un fondo de botas centenarias como telón. Es una de las estampas más bellas que hemos visto en una bodega.

 

La armonía entre la amazona y su montura nos hace contener el aliento: pasos de doma clásica, coreografías precisas y una conexión casi mística entre la mujer y la yegua hacen que este entorno, de por sí mágico, parezca el escenario de una súper producción de Hollywood. Nuestras hijas, fascinadas, no apartan la vista del espectáculo.

Estas exhibiciones de arte ecuestre suelen celebrarse en la Sierra de Montilla —en la Vereda del Cerro Macho, en las instalaciones de Entre Toros y Caballos—; así que es un auténtico privilegio haber disfrutado de este evento.

La visita guiada a Bodegas Alvear comienza tras la exhibición ecuestre y alcanza su punto álgido en La Monumental, la nave más imponente del complejo. Allí, más de 1.300 botas de roble americano —algunas con siglos de historia— descansan alineadas según el sistema de solera. A pesar de su antigüedad, estos barriles tienen la responsabilidad de custodiar algunos de los vinos más emblemáticos que se pueden probar en la Ruta del Vino Montilla-Moriles. Cuando paseas por La Monumental de Bodegas Alvear te acompaña la sensación de estar caminando sobre siglos de tradición. Nos cuesta decidir qué impresiona más: si la atmósfera solemne que reina en esta sala o la certeza de que algunos de estos barriles han sido testigos mudos de revoluciones, guerras y generaciones enteras de viticultores y bodegueros.

 

La cata de Fino, Amontillado, Oloroso y PX resume todo lo vivido, traduciéndolo al idioma de los aromas y sabores. Es el broche de oro a una experiencia que conecta vino, memoria, cultura y paisaje. Salimos de Alvear convencidos de que esta visita es un viaje al alma del vino Montilla-Moriles.

En nuestra última parada en la ciudad del vino, visitamos Taberna Los Lagares, un templo gastronómico que desde 2010 combina tradición andaluza con técnicas actuales. El lema de este establecimiento es «cosas nuevas de siempre». Su carta destaca por una cuidada selección de arroces, que van desde los tradicionales en paella hasta versiones melosas y caldosas, incorporando ingredientes locales y de temporada. Después de consultar la carta en familia —con esa mezcla de ilusión y enconados debates que solo se produce en las buenas tabernas— nos rendimos ante una decisión compartida: probar un poco de todo. Empezamos con las berenjenas fritas con salmorejo y miel de caña, crujientes por fuera y tiernas por dentro.

 

La tabla de quesos es una declaración de intenciones: variedad, carácter y un respeto absoluto por el producto. La mazamorra, por su parte, es una delicia fría y untuosa que evoca otros tiempos. La textura es perfecta, la almendra está presente sin abrumar, y ese equilibrio nos recuerda por qué este plato sigue siendo una joya de la gastronomía cordobesa. Luego vienen las croquetas, tan sabrosas que tuvimos que discutir para decidir a quién correspondía la última. Doradas, cremosas, deliciosas.

Y cuando llega el arroz de pato entendemos que comer en Taberna Los Lagares es un como participar en un festival gastronómico. El arroz es meloso, profundo y con ese leve punto de socarrat que emociona tanto que no nos queda más remedio que guardar silencio para concentrarnos en la degustación.

Así concluye nuestra aventura en autocaravana por la Ruta del Vino Montilla-Moriles, con el estómago lleno y el alma a rebosar de emociones. En apenas un fin de semana hemos recorrido tres pueblos cargados de historia, cultura, gastronomía y tradición vitivinícola. La Campiña Sur cordobesa nos ha regalado momentos inolvidables y nos marchamos con la promesa de volver, ya sea para disfrutar de los eventos en torno al vino o para descubrir aquello que quedó pendiente. Mientras el sol desciende y emprendemos el camino de regreso, lo hacemos con una sonrisa que lo dice todo: hemos compartido tiempo en familia, hemos creado recuerdos que perdurarán en la memoria y hemos vivido una experiencia que nos ha transformado.

La Ruta del Vino Montilla-Moriles es mucho más que vino, es una invitación a sentir, a saborear y a regresar una y otra vez. Porque hay viajes que no se olvidan, y este ha sido, sin duda, uno de ellos.

Aquí puedes ver el spot publicitario de este road trip: Vídeo

*Actividad dentro del convenio de colaboración entre el Patronato de Turismo de la Diputación Provincial de Córdoba y la Mancomunidad de Municipios Campiña Sur Cordobesa, ejercicio 2024 y 2025.